HOMILÍA EN LA MISA DE CELEBRACIÓN POR LA BODAS DE PLATA SACERDOTALES
DEL P. MAURO Y DEL P. JOSÉ ANTONIO
Martes de la I Semana del Tiempo Ordinario
“(Jesús) se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: - Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10, 21).
Muy querido Mons. Roberto, obispo de nuestra diócesis, muy estimado y querido Mons. Jesús, P. Mauro Gonzales -mi promoción-, queridos hermanos sacerdotes y seminaristas, hermanos y hermanas en Cristo nuestro Señor y María nuestra Madre.
1.- El Evangelio que acabamos de escuchar recoge el “himno de júbilo” del Señor. Esta es la primera idea que quisiera reflexionar con la ayuda del Espíritu Santo. Fijémonos en el profundo sentimiento que expresa Jesús, porque su Palabra, la Palabra de Dios, ha sido entendida y aceptada por los sencillos y los humildes. Jesús se llena de alegría cuando aceptamos enseguida lo que su Padre quiere de nosotros.
Esto es, que si nosotros queremos darle una gran alegría, debemos obedecer presurosos a lo que Él nos pida, con sencillez y humildad. Esa humildad que tenía el Mesías, descendiente del rey David, que hace referencia la primera lectura al hablar de que surgirá un rey del tronco o de la cepa de Jesé (padre de David): humilde, como indica la imagen del árbol talado: el tronco, la cepa.
¡Cuántas veces hemos considerado en la alegría de Dios cuando un pecador se convierte! ¡Cuántas veces nosotros hemos sentido esa alegría después de habernos arrepentido de nuestros pecados, confesado sinceramente, y salir con la paz y el gozo de la reconciliación!
Ahora debemos también llenarnos de alegría porque hemos llenado de gozo a nuestro Señor al haber hecho lo que Él nos pedía. El P. Mauro y yo –a pesar de los pesares, a pesar de nuestros pecados- también nos llenamos de una alegría incontenible porque en estos 25 años de entrega sacerdotal ha habido abundantes sucesos donde hemos sido causa de júbilo de Jesús. Y también mis demás hermanos sacerdotes lo han experimentado, de los cuales varios celebrarán sendos jubileos el 8 de diciembre.
A ti te animo a considerar en tu oración las múltiples oportunidades donde le has dicho sí al Señor, y le has llenado de gozo: ¡también hay alegría en el Cielo cuando un siervo humilde está cada día haciendo las cosas más sencillas por amor a Dios, obedeciendo, haciendo su voluntad!
2.- “Bienaventurados los ojos que ven lo que están viendo”, exclamó Jesús. Mientras que el salmista dice: “Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”. Sí, somos dichosos, estamos alegres porque el Señor ha estado grande con nosotros. Este reconocimiento –que debemos tener siempre con asombro humilde– se produce cuando respondemos libremente a la vocación, a la llamada divina, conscientes de que todo es gracia.
Los sacerdotes diocesanos de mi generación se acordarán mucho que el P. Eutiquiano, en el tiempo de formación, nos inculcó que debemos pedir diariamente la gracia de la perseverancia final.
Por eso, así como ustedes, laicos y consagrados, nos piden que recemos por sus personas; nosotros también les pedimos la limosna de su oración para obtener esa gracia de la perseverancia final. Más aún, soy consciente –somos conscientes los sacerdotes- que nuestra fidelidad también se debe a ustedes –feligreses, integrantes de grupos parroquiales y movimientos apostólicos, familiares y amigos– cuando rezan por nosotros “para que seamos buenos”, para que seamos santos.
Cuando fuimos ordenados sacerdotes recibimos un poder sagrado para ponerlos al servicio de ustedes (Youcat, 249); administrando los sacramentos actuamos “en la persona de Cristo” (Idem, 250). Hemos recibido los dones del Espíritu Santo que hace referencia el profeta Isaías en la primera lectura: la sabiduría y la inteligencia, para actuar con destreza y prudencia y así no errar en el juicio, como Salomón; el consejo y la fortaleza, cualidades propias del buen estratega, como David; la ciencia y el temor de Dios para reconocer que actuamos siempre representando a Dios (Cfr. Sagrada Biblia, EUNSA, Libros proféticos, p. 101). Sigan rezando para que actuemos así, para ser dóciles al Espíritu Santo, para ser ante todo servidores.
El Papa Francisco, en la homilía que pronunció el domingo pasado en una Misa con sacerdotes y consagrados en África, decía que debemos actuar con fidelidad, haciendo memoria de la fidelidad de tantos hermanos nuestros que han dado la vida antes que nosotros, y continuando nosotros siendo fieles para ayudar en la fidelidad de los que vendrán después.
Por eso, qué bueno es recordar a aquellos hermanos sacerdotes, impulsores de nuestro Seminario “Santo Toribio de Mogrovejo”, que nos ayudaron a formarnos: los obispos santos que dieron buena parte de su vida en la diócesis, como fueron Mons. Daniel Figueroa Villón, Mons. Luis Sánchez Moreno-Lira y Mons. Ignacio María de Orbegozo y Goycoechea; o la de aquellos presbíteros formadores, ya fallecidos, como fue nuestro Rector, el P. Ramón Roca Sallas, los PP. Ángel Riero, Plácido Olivares, José Casero y Pepe Vales; y el trabajo de otros sacerdotes que hasta ahora nos ayudan con su fidelidad y ya no se encuentran en la diócesis, como son los PP. Eutiquiano Saldón, Agapito Muñoz, Juan José Miranda, José Alarcón y Guillermo Areán Pereira. Todos estos presbíteros que acabo de hacer memoria tienen algo en común: pertenecieron o pertenecen a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Sí, debo ser agradecido por todo el bien que han hecho a la diócesis, por ser ejemplo de entrega incondicional a la vocación sacerdotal. Por supuesto que ha habido otros sacerdotes y laicos que han sido también bastante generosos con su oración y su ayuda económica para llegar a recibir la formación sacerdotal. Gracias a ellos también.
3.- Para terminar esta homilía, vamos a fijarnos en ese “Sí” jubiloso de nuestro Señor, que el texto evangélico escuchado nos refiere: “¡Sí, Padre, así te ha parecido mejor!”.
Comentando este pasaje, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Su conmovedor “Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, que fue un eco del “Fiat” de su Madre en el momento de su concepción, y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la adhesión de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1,9)” (n. 2603).
En efecto, la vida de Jesús, y nuestra vida, tiene sentido cuando hacemos siempre la voluntad de nuestro Padre Dios. Eso hizo la Virgen María cuando expresó: “Hágase en mi según tu Palabra”, o en la obediencia pronta y silenciosa del bueno de José cuando el Señor le indicaba lo que tenía que hacer; o cuando Jesús –sabiendo lo que le iba a suceder– le pidió en el Huerto que si era posible aleje de él ese cáliz de amargura, pero terminó diciendo: “Mas no se haga mi voluntad sino lo que quieras tú”.
De la misma manera, pidan para que nosotros los sacerdotes hagamos siempre lo que el Señor quiere. Esta voluntad divina viene dada por lo que nos señala el obispo. Nihil sine epíscopo: Nada sin el obispo: este es el significado preciso ante la promesa de obediencia que hicimos el P. Mauro y yo a Mons. Ignacio, “y a sus sucesores”: que luego fue Mons. Jesús, y hoy día es Mons. Roberto.
Que sepamos secundar lo que nos pide el Padre misericordioso en este año jubilar del Año de la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre: ser ministros de la misericordia, esto es, que dediquemos más tiempo a estar en el confesonario, a predicar más sobre el amor misericordioso de Dios y a secundar los diversos trabajos en el encargo sacerdotal asignado, de acuerdo a las recomendaciones del Papa Francisco.
Madre de Dios, tú que eres la Inmaculada Concepción, tú que eres Nuestra Señora de Guadalupe, ayúdanos siempre a decir contigo: “Hágase en mí según tu Palabra”; que nos sintamos seguros ante la promesa que la Iglesia nos asegura: “El Señor que empezó en ti esta obra buena, Él mismo lo lleve a término”. Que así sea.
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